Queridos acuicultores y ebanistas,
¿nos os ha pasado nunca que todo sale de forma no esperada? No me refiero a que salga al revés, sino a un modo no esperado.
Seguramente sabéis a lo que me refiero.
Esta historia se remonta a hace unos días, cuando Iñigo y Nagore se marchaban, la semana tocaba a fin, la oficina organizaba su "iftar" (que dejó mucho que desear, la verdad)... Y, como de costumbre, todo empezó a medianoche. En un autobús. En Egipto.
El viaje fue duro. Idas y venidas de la cabeza en el hombro de mi compañero de asiento, el enigmático y siempre aventurero y buen conocedor de su entorno, el señor Vincenzo Mattei. Minutos que parecen horas al acecho y alguna hora que pareció una eternidad frustrada por el reloj durmiendo. Rodeamos el Sinaí: desde el canal de Suez, pasando por el puerto de Tur y la "aldea" de Sharm el-Sheij. Y, por fin, Dahab.
Era una cálida y ventosa mañana de Martes. Podía haber sido de cualquier otro día, pero era Martes. La rutina del lugar se me antojo ligera después de la noche: hotel, bicicleta, centros de buceo, regateo y demás.
A pesar del cansancio estábamos animados. Por la tarde llegarían Alberto y Umberto. Nada volvería a ser igual. Tuvimos la oportunidad de ver cómo un tiburón estaba a punto de comerse un delfín si no fuera por el platillo volante que vino y lo abdujo. Se salvó el delfín. Por poco.
La tragedia se instaló en mí al día siguiente, día 2. Cuando pasé los cinco metros estaba hecho unas castañuelas. Pero la alegría duró poco. Exactamente tres metros más.
Y el oído, la presión, el agua, los nervios... hicieron de las suyas y tuve que abortar la inmersión. Otra vez.
No mentiré si aseguro que esto quebró mi ánimo. Comencé a barajar alternativas, en un haz de positivismo: kitesurf, snorkling, windsurf, etc... pero había entrado en una vorágino maníaco-depresiva que me arrastraba al hoyo emocional. No había remedio. Presenciaba mi caída como el que contempla el parte meteorológico en la TV. No podía hacer nada. Era un juguete del destino.
Pero como me ocurre siempre, era consciente de todo ello, así que mi estado era algo así como una consciencia indeseada sobre que no podía controlar. Es decir, "que si así tiene que ser, que así sea".
Mientras mi subconsciente se barajaría irremediablemente durante los siguientes dos días (días 3 y 4) entre el existencialismo, la escatología y otras corrientes afines; mi lado consciente, cual capitán de una barca en mitad de un huracán, decidió dedicarse a la vida contemplativa; es decir, que invertí los roles.
Se sucedieron una serie de casualidades que cualquier friki llamaría "cósmicas" pero no lo llegaron a ser, aunque hubiera mucho mensaje cargado de estrellas, vidas alternativas, valores existenciales, energía e incluso política que ni las mejores drogas, oiga.
En resumen puedo decir que me encantó el aspecto humano. Conocí más gente de la que pensaba que conocería y me encontré con varios amigos, a modo de sorpresa (agradable).
Saboreé el regusto agridulce y amargo de la frustración en bocas de un amigo. Cuando la realidad y lo que creemos que es realidad se distancian en un abismo que, aun siendo grande, no podemos avistar. Y, sobre todo, la comunicación.
Desde luego, hay cosas que ni hablando 10 idiomas puede uno expresar. Este momento, bastante concreto, hizo que me preguntara varias cosas, sobre el sentido de la amistad, de la gratitud y de la capacidad de autocrítica y su reflejo en la realidad. En pocas palabras, la cosa de la viga y la paja en el ojo.
Me sorprendí sobre aquello de ser capaz de madurar otras relaciones con otras personas que no están físicamente presentes, en el sentido de entenderlas mejor, sea por razonamientos lógicos o por comparación abstracta con una situación análoga (que diría el Manual). Y de nuevo me encontré con el tiempo en la ecuación. Y aunque me asusté un poco, lo dejé pasar. Seguía mandando el subconsciente, que no contempla tiempos ni nada de eso.
Me encontré con más gente y mi vida en los días 3, 4 y 5 se había reducido a levantarme tarde (los que me conocen saben lo que esto significa), bicicleta y cenas.
Fue un viaje humano y reflexivo.
Pude meditar.
Me aburrí un poco.
Conocí gente interesante.
Le di al coco en el buen y mal sentido.
Lo que, quitando el factor humano, se resume como "nada especial".
Y el médico me dijo que mi oído está perfecto, pero que compense con la izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario