martes, 6 de septiembre de 2011

El contexto, que lo es todo


Queridos cristianos, judíos, musulmanes y demás.
Fahyma vive con su hermano, su hija y su nieta en un pequeño apartamento en Manial. La hija esta recien divorciada y es velada (lo digo para que la encajéis en esta sociedad, por nada más). El hermano está ahora mismo en el hospital. Es mayor y parece que no mejora.
Fahyma vive en su casa pero tiene una segunda alquilada, que me subarrienda.

Mi casa no tiene aire acondicionado y el astro Sol golpea todo el día en el techo, convirtiéndola en un horno (casi literal) en los meses de verano (10 al año) y en un iglú en invierno (porque en invierno no da el Sol, pero sí el viento). Haciendo un cuadro comparativo entre el alquiler, dimensiones y equipamientos de las casas de mis amigos, me salió a "pedir aire acondicionado a la casera". No me lo puso.
Le pedí arreglar las sillas del salón:  nueve de 12 están rotas. De eso hace ya casi tres meses.
Le pedí que me arreglara el motor del agua y el gas de la cocina. Casos perdidos.

Vengo de su casa. Tiene un ventilador en el diminuto salón. Está sola y respira con dificultad por el calor y por motivos fisiológicos (El Cairo no se caracteriza por su aire limpio). Necesita el alquiler todos los meses porque pedirle a un egipcio (como ocurre en otros tantos países) que ahorre, es como pedir a un niño de 4 años que resuelva una ecuación de segundo grado. Es decir, dinero que entra, dinero que sale (si no más).

Existe un estado mental (diría que incluso fisiológico, pues nos impulsa a reaccionar) del cual se han apropiado todas las religiones como estandarte de su causa y que puede definirse como humanidad, moralidad, bondad, compasión y etc... que, en mi opinión, ha sido maleado y manipulado a más no poder. Un concepto que, hoy, depende del contexto y que, más allá de su valor, sirve para definir comportamientos y a personas. Un error. Pero un error con el que tenemos que vivir (como nuestros políticos, hasta que nos demos cuenta de un par de cosas).
Pero no me enrollo. El caso es que estaba en la casa, viendo el ventilador, escuchando la difícil respiración de la (aparente) anciana, cuando me consideré un banquero o un gusano, en el sentido despectivo.
¿Cómo iba yo a pedirle a esa mujer que me pusiera aire acondicionado si ni siquiera ella lo tiene? ¿Dónde estaba mi límite, mi piedad, mi bondad, mi... estupidez? ¿Y el límite de ella?

Las cosas por aquí funcionan con medias verdades y algunas mentiras. Las historias que oigo a diario para justificarse rozan lo increíble, pero se pierden en una nube de dudas e incongruencias. Es así como se funciona casi todo. Parientes en hospitales, accidentes inesperados... casi hasta secuestros extraterrestres. No bromeo. La lógica en la justificación existe a duras penas.

Este no era el caso. O no me lo parecía a mí.

Pero entonces, en ese momento en el que yo no era yo, sino el más bajo de los esbirros de un ladrón, las cosas volvieron a su sitio. Tomé conciencia de donde estaba, de cómo funcionan las cosas y de que, al igual que los naturalistas no pueden intervenir en el ciclo natural de los bichos y las plantas, yo no me puedo inmiscuir más allá de mi rol en la vida de las personas de otro país. No lo digo desde la superioridad (no lo hagáis tampoco vosotros), lo digo desde la extranjería.

A Fahyma se le puso entre ceja y ceja que tenía que pagar el doble, a lo que me negué porque conocía bien mi propia posición. Y también porque llevaba conmigo una copia del contrato que esgrimí en el momento justo, cuando salta la liebre. Ipso facto se respaldó en el argumento del pago del agua, que "no había pagado en todo el año". Esto fue la gota que colmó el vaso. Le dije que cuanto quería. Me dijo que nada, que el agua. Le dije que si quería dinero, que me lo pidiera, pero que no me engañara con más tretas porque el agua estaba pagada de sobra.

Al final, como casi siempre en Vicentelandia, la parte local se sumió en una posición de victimismo merecedora del Oscar de la Academia. Pero esta ya me la sé, así que le otorgué mi mejor sonrisa y mis mejores bendiciones (de corazón) deseando lo mejor para ella, para su familia y, en especial, para el hermano. Y me fui.

Pero sea como fuere, siempre queda ese agrio regusto. Y me he percatado de que existe en casi todas las situaciones donde hay algún tipo de contratación o regateo con los locales. Supongo que es parte de la SS y su modus operandi (teoría que me está convenciendo a medida que me informo).

Mi conclusión general está por elaborar, pero me pregunto qué pensará el que lea estas líneas, sobre su reacción.

Sed buenos.

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