miércoles, 7 de octubre de 2009

Primeros días de Ofi




Es normal que los primeros días en los trabajos, a estos niveles, sean poco activos (salvo excepciones). Nuestra situación no era tal. Por tanto, después de una mañana tranquila en la que, incluso, pudimos ir a visitar el que parece que será nuestro hogar, comimos en la oficina por invitación de Sharif para, a continuación, salir flechados al nuevo estadio “As-salaam” (La Paz) donde se celebraba el partido de octavos del mundial sub 20 de fútbol España-Italia. Ordenes de la embajada. No es broma.
La grada central de enfrente estaba plagada de militares camuflados con monos de colores para hacer relleno. Y el partido transcurrió como dicta la tradición; es decir, una España fuerte, con buen juego y muchas ocasiones. Faltó rematar. Contra una Italia de repesca, caótica y con contadas ocasiones. Remató la mayoría.
Como la historia es cíclica, nos expulsaron a uno por una falta que (yo, español digo que) no era tal o no para tanto y, por supuesto, fallamos un penalti que hubiese cambiado el ritmo del partido, del campeonato y, por qué no, de la historia.

Con un Llopis cabizbajo salimos de nuestro palco VIP del estadio para volver al coche oficial que nos llevó de vuelta a la oficina, sobre las 20, donde había una recepción de unos empresarios en misión comercial: croquetas, cerveza, tortilla, buena charla… una recepción vamos! Hay que decir que, a esas horas, el cansancio era patente. Se hizo duro soportar hasta las 22 para llegar a casa y, casi sin dormir, concluir entre risas el primer día de trabajo.
Toda una experiencia. Y el tráfico sigue igual.
Al día siguiente se notó que el ritmo aumentó y que ya empezamos a hacer “cositas”. Dentro de poco será rutinario.
Fue el primer día que vimos las pirámides. Estábamos lejos, en Doqqi, en una terraza de un hotel árabe. Estábamos solos y se veían lejos, mucho, entre la niebla y la polución (toda la mierda de los 2,5 millones de coches) de la ciudad, atardeciendo. Nosotros, con un té cada uno y una shisha, sentados en sillas de madera, parecíamos haber vuelto a la época colonial si no fuera por las cientos o miles de antenas satélite que plagaban los tejados de las casas. Ha sido una buena tarde.

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