El proceso de selección de la beca para acceder, en un primer momento al máster, se hace largo. Dura alrededor de 5 meses y consta de las famosas 4 pruebas: psicotécnico (donde hay que ser rápido pues no da tiempo a terminar); inglés (nivel alto); comentario de texto (que se hace el mismo día que el psico pero se corrige si se aprueba inglés) y, si se llega a la última, la entrevista, eliminatoria, digan lo que digan. Recomendaciones: leer bien las bases para evitar sorpresas de última hora.
Una vez dentro, el máster tiene de todo: partes sobrevaloradas e infravaloradas si bien la tónica general es una: estrés. No da tiempo. Llega un momento en que da la sensación de que no se aprende porque se va contrarreloj. Es cuestión de disciplina y, como digo, hay de todo. Siempre habrá, subjetivamente, injusticias, pero es que es muy difícil alcanzar objetividad entre 300 personas y con un sistema de campana de Gaus que declaran desde el primer día. Hay asignaturas muy buenas y otras un poco inútiles; y estas mismas dependen también del profesor que toque, que los hay buenos, malos y regulares; de un ego casi infinito y otros que son más bien “esbirros” del coordinador. Consejo: repasar continuamente el contenido de los exámenes con compañeros de otros grupos.
Desde mi punto de vista (esta es la parte más subjetiva) el problema del “mal rollo” entre dirección y alumnos (por lo menos en mi promoción) radica en la incongruencia entre el trato de la dirección y sus expectativas. Me explico. Nos dicen que somos “profesionales y como tales debemos comportarnos”, pero, desde el primer momento, exigen de nosotros un comportamiento (cosa que veo normal) basado en la amenaza constante y el miedo a perder el máster (esto me parece una pasada -tratándose de adultos). Sus motivos tendrán, desde luego, pero dudo de la efectividad. Estoy convencido de que existe otro método más efectivo y profesional. Hasta que lo encuentren lo mejor fue pasar, no protestar, ir a lo que tiene que ir uno y darle a las cosas la importancia que tiene sin caer en un juego estúpido.
Pero pasando a valoraciones generales, tengo que decir que merece la pena. En algunos momentos más que en otros e incluso se piensa en tirar la toalla (a varios nos pasó), pero es algo pasajero y, al final, merece la pena. De verdad. Por el máster, por la plaza si se consigue, por la gente, por los compañeros (todos, algunos en especial). Por aprender a convivir, a trabajar de otra forma y por la experiencia.
No lo volvería a hacer, o eso creo. Pero lo recomiendo a cualquiera, aunque sólo sea el máster.
Ahora, Julio, meses después del inicio. Para muchos soy un número. Para otros, un amigo; como ellos para mí. Y visto que soy un número, sólo me falta una cosa: el nombre de una ciudad. Y ese nombre ha llegado: Al-Qahira, Misr. O lo que es lo mismo: El Cairo, Egipto.
Allá voy!
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