miércoles, 11 de enero de 2012

Noches en Wadi Araba, Jordania


Recuerdo que era una noche fría en el límite del valle Araba, en Jordania, donde empiezan los valles y montañas que llegan hasta el norte, cerca del Mar Muerto. Desde la cima de la montaña que ocultaba el pequeño campamento de cuatro tiendas se podía observar una cálida puesta de Sol en las tierras de Cisjordania a un lado, y el salir de la Luna de entre las montaña rojizas de los valles del macizo de Dhana.



Era nuestro segundo día de trekking, después de la aventura del desierto. Estábamos cansados pero animados. El frío (creciente a esa hora) nos importaba poco. Era el sitio donde queríamos estar.

Compartíamos, por segunda vez, una tienda con una familia de beduinos, el fuego y mucho té.

Después de la cena, Abu Ibrahim, el padre cogió su "rababa" (violín de una cuerda doble o triple)  fabricada por él mismo y nos ofreció esta canción en su dialecto, que uno de sus nueve hijos nos fue traduciendo al árabe.

[Extracto de una entrada del diario electrónico del viaje de Noviembre 2011, con Zizo, a Jordania]



"Es esta la historia de un joven beduino que fue a vivir a la ciudad. 
Un día, los beduinos fueron a verle. 
Una hermosa joven venía con ellos.
El joven se quedó prendado y se enamoró de ella. 
Y empezó a visitar el poblado beduino cada poco tiempo.
Quería casarse con ella.
Un día, cuando llegó al poblado, descubrió que los beduinos se habían marchado para no volver. 
Tan sólo encontró el fuego encendido del campamento.
Estaba solo.
Empezó a recorrer los pueblos y ciudades, cantando su historia, como un poeta. 

Hasta que la encontró y se casó con ella."


 
   Fue una noche muy fría. Oímos los ladridos de perros salvajes, que apenas nos dejaron dormir, y poco más. Una noche de Luna llena.


El padre estaba emocionado cuando terminó, en un gran silencio. Nuestras miradas, perdidas en el fuego.

Una de las experiencias más humanas que he vivido. Sin duda.

Es más que agradable recordar cosas así.

2 comentarios:

  1. Hay momentos -como este- que me hacen recordar que, al igual que esos que me rodean, soy humano. Y que no hay nada que pueda humillar esa condición hasta el punto en el que yo traicione a los que son como yo.
    Yo no soy una cantidad, ni un grupo de valores o creencias. Soy aquello que me dan los demás y que yo mismo genero. Soy respeto. Soy ayuda y controversia. Soy un nuevo punto de vista y un aprendiz constante.

    Soy parte de un todo. Fuera del cual, sólo existe una invención que nos esclaviza y amenaza a la vez nuestra propia naturaleza.

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  2. De la vida cotidiana se saca mucha enseñanza.

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