Sus lágrimas se aferraban a los bordes de sus ojos para no caer, igual que un náufrago se agarra a su balsa, con esperanza y resignación.
Fijos en los míos casi hasta el final.
Del calor de su abrazo ya no me queda nada. Duró, como siempre, menos de lo que uno puede desear.
Un instante en el que olvidamos muchas frases -algunas para siempre-, palabras malditas que no podemos reprimir, para dejarnos atrapar por un momento, sincero como pocos, que, como otra ironía humana, nos acerca más allá de los bordes de las que creíamos nuestras fronteras.
De todo, me queda el recuerdo.
No son imágenes, que puedo olvidar fácilmente. Es algo más que eso, que no puedo describir. Una parte de mí, un regalo, que define quién soy.
Un momento, un instante fugaz, casi inexistente, donde entendemos muchas cosas. En el que vemos su vuelta a la rutina con un esfuerzo heróico mientras simula leer el periódico, simula volver a su salón o simula cerrar la puerta de casa.
Una vez más, como un día cualquiera.
Y no lo es.
Las lágrimas se secan. El corazón sigue latiendo.
Y las tres tuvieron la misma reacción.
Madres.
Tus brazos siempre se abren cuando necesito un abrazo. Tu corazón sabe comprender cuándo necesito un amigo. Tus ojos sensibles se endurecen cuando necesito una lección. Tu fuerza y tu amor me han dirigido por la vida y me han dado las alas que necesitaba para volar.
ResponderEliminar!Qué palabras tan emotivas! No pases tanto tiempo sin escribir que se te echa de menos, no estés tú también "cerrado por vacaciones" en Agosto.
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