viernes, 10 de febrero de 2012

Un 10 de Febrero de 2012

Sin intentar plagiar el más famoso inicio de la literatura francesa puedo decir que "hoy, tita Anita murió".

Esto me dice varias cosas, algunas sobre la longevidad de mi familia (en general). Otras van en torno al discurso del que hablo siempre (¿por casualidad?) con Guille: esa pizca de felicidad que no llega a ser resignación, sino que viene cultivada desde mucho tiempo antes. Me refiero a la enfermedad, que goza de características, a mi entender, mucho peores que el propio final en sí mismo.

Quedaría demasiado melodramático si dijera que estaba pensando en llamar a las dos viejas :) desde hace unos días, para ver cómo andaban (seguramente con los pies), pero es algo que tengo en la cabeza y lo tenía que soltar en algún sitio. 

Mi tía Anita es hermana de mi abuela Carmen. Sus sobrinos-nietos la llamamos tita por oírselo a nuestros padres. Los típicos nombres y nominativos de familia. No tiene importancia, en realidad, pero lo digo para evitar malentendidos. 

Y decía que mi tita Anita murió hoy. Y en la prensa no viene nada. También es cierto que no hizo nada destacable a escala mundial, que yo recuerde (Rosa me corregirá si me equivoco), pero siempre la recuerdo sonriendo, cada vez que nos veia, siempre con esa mirada de ilusión, con media sonrisa perenne (menos cuando se enfadaba, posiblemente dos veces en toda mi vida). Sus ojos brillantes siempre me llamaron la atención. Y es cierto que perdió ese brillo en sus últimos días, cuando la vi en Navidad, pero nunca la sonrisa. Ni sus besos.

Con ella experimenté uno de los momentos más visionarios de mi vida. Fue algo mutuo. 

Ocurrió en verano y lo recuerdo como si fuera esta misma mañana.

Había pasado la mañana con ella, hablando de la vida, del amor, del futuro y de la familia. De todo a la vez. Habíamos tomado café con pasteles y, después de que llegara el repartidor, algo de fruta: mandarinas. Muy ricas. Como siempre, me insistió, pero yo no podía comer más.

Le dije que me marchaba., así que llevé todo a la cocina, lo lavé y le dije que esperaba volver a verla pronto, aunque yo no supiera si volviera pronto de Egipto (en ese momento no sabía que volvería por Navidad). Le hablaba mientras ponía las cosas en su sitio y me secaba las manos. 

Cuando me giré hacia ella con un gesto de "¡tachán! terminé de recoger", sus ojos brillantes brillaron aún más y, con su media sonrisa sostenida durante unos segundos de silencio, salvando su equilibrio con un brazo sobre la encimera, me atravesó el corazón con dos palabras envueltas en una voz rota, predictiva y resignada; palabras que se referían a una tragedia que no era sino el no volver a vernos más; palabras que resumían la madurada tristeza que nos sobrevenía, que se iba cerrando sobre lo que nos unía con paso firme y decisivo, cruda y áspera pero inevitable. Me miró a los ojos: "Adiós, hijo"

Y aún me emociono cada vez que recuerdo el abrazo, eterno, que nos regalamos entonces.
D.E.P.

1 comentario:

  1. Lo destacable ha sido su amor por todos, su comprensión, su generosidad y su bondad. Te conoció con cinco dias, fué de las primeras en llegar y recorrer 1.200 km. en coche con tus otros tios, Guillermo, Curro y Conchita.
    La recordaremos.

    ResponderEliminar