No me atrevo a intentar una aproximación literaria a la tinta de Gabo.
Recuerdo el poema de Bécquer (si mal no recuerdo), en el que habla sobre su poesía, asimilándola a una mujer, a su desnudez y su complejidad. Es un poema que me sorprendió la primera vez que lo leí.
Gabo no me lo recuerda. Lo que yo siento, en mi análisis de "mi obra" (por darle un nombre a un montón inconexo de hojas, libretas y diarios) y el futuro que quiero para ella (y para mí, con ella) en la eterna búsqueda del estilo propio, sí.
En Gabo veo la aspiración, la inspiración y la adrenalina motivadora del peligro.
Leer esta novela es caer en las redes de la desesperación como el que en verano se tira a la piscina. Sin ser pedante, para que me entendáis, es como ver un Velázquez o admirar el David de Michelangelo. No hay nada más allá. Es la perfección. Es el círculo. Se acabó para el intelecto. La imaginación ya no sirve. El talento, historia baldía. Es como una ceguera artística que limita todas las opciones a la nada ante el mejor de los ejemplos que se tiene delante.
Es maravilloso y frustrante.
Es difícil recurrir a fórmulas que lo saquen a uno de ese mundo, de las construcciones que plantea el autor. Sobre todo cuando, salvando las distancias, a medida que leo y descubro, me doy cuenta de que tengo construcciones similares (de menor calidad). Que no son casualidad de mil chimpancés golpeando teclas, sino que es, volviendo a lo anterior, una cuestión de búsqueda del estilo propio, ahora destrozado en mil pedazos, limitado cada vez más con cada palabra que leo y sin que pueda dejar de leer.
Tenéis que leer esa novela.
Pero la "cabezonería" que, en realidad, es perseverancia mezclada con orgullo, imperante en mi familia y heredada por igual por padre y madre, pulida por años y años de veranos de primos y cenas y comidas de Navidad hacen que me encapriche de forma natural y tenga claro que si no lo intento, nunca lo sabré.
En el riesgo está la gloria (entendida como satisfacción).
Por esto mismo, aprovecho para sacar a la luz el título de lo que hace que me pierda en mundos paralelos de infinitas posibilidades, que me roba luz de día y alarga mis noches. Que me brinda paz y angustia y me traslada a la soledad de los ausentes. A esa soledad que nunca es demasiada y que me consume sin remedio, como hipnotizado, llevándome lejos de aquí. Muy lejos.
La ciudad de las golondrinas