Recuerdo que llegué a casa, cansado.
Traía conmigo unas cervezas para la cena. Allí son fáciles de encontrar.
Coskun había preparado pollo al horno con arroz blanco y un pan de ajo con muy buena pinta.
Me dolían las piernas, de tanto subir y bajar por las colinas de la ciudad. De atravesar puentes de un lado a otro. De pasear y repasear la que ha sido "mi calle" durante cinco días. De entrar en las tiendas, en los cafés, en los restaurantes, en las mezquitas.
La cena, buenísima. Digna de un simpático y bohemio anfitrión.
Las horas siguientes las pasé durmiendo, a la espera del último día. Y las horas pasaron lentas.
Madrugué algo más que los días anteriores.
Después de la rutina matutina, en la que la ducha no tuvo nada de similar al baño turco con el masaje-tortura que recuerdo con lágrimas en los ojos, salí de casa abrigado. El tiempo no se decidió en ningún momento: frío, calor, viento, lluvia... Recorrí una vez más la calle Istiklan, el "corso", la arteria comercial de la ciudad. Llena de gente en el penúltimo día del Bayram, del Eid, de la fiesta del cordero.
El Gran Bazar lo dejaré para otra ocasión. Estaba cerrado.
Me resistí a atraversar el puente de nuevo. Ya basta. Desde la torre Galata pensé en la noche anterior en el café Loti, en lo alto del cementerio, al otro lado del Cuerno de Oro. Esa noche, en ese café, empecé mi novela. Por fin. Después de todo este tiempo.
Estuve disfrutando de la soledad del momento, poco fácil ni oportuno; de los pensamientos, abundantes, y de un "Chai" turco que me supo a "Shei" egipcio. Pensé en mi país y en algo más.
En mi camino de vuelta, de Galata a Tünel, paré a comprar el Ney que vi el primer día. Qué sonido único. Continué por las tiendas y comprendí que podía repasar mi viaje por las cosas que estaba viendo: las bolsas del bazar de las especias, las postales, la ropa de abrigo, el Ney, las fotos que estoy tomando y las que me hubiera gustado capturar, el llavero de Rachel...
Cuando me entró hambre, recordé las comidas. Desde las del primer día hasta los kebaps, los sandwiches, los platos turcos (indescifrables a estas alturas), los pasteles, el restaurante turco "sorpresa" al que me llevó Raquel o las frituras de pescado y marisco que comimos en Ortakoy justo antes de la Lubina con Rake en el barrio de Besiktas (con la borracha esa de fondo).
A pocas horas de mi vuelo, mi gran anfitriona debía estar con Iñigo y Bau en la Capadocia, de la que he oído tantas cosas sorprendentes. Gracias Raquel.
A mí no me queda más que ir al aeropuerto y montar en un avión que daría la vuelta por "equipaje sospechoso". Al final no fue nada. Sólo 6 horas de vuelo. Retraso y llegar a casa de madrugada.
Y dormir.
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