Así, como la canción de The Scorpions.
He estado reflexionando un poco sobre la teoría y práctica del arte de tomar decisiones, a partir de las enseñanzas del gran maestro Confucio.
Mis conclusiones no son importantes, pero los factores que intervienen sí. Me sorprende ver cuánta sabiduría llevaban esas dos palabras que mi padre siempre me repetía: tiempo y optimismo. Me parecían dos palabras sueltas, de significado literal, nada más.
Poco a poco, he ido aprendiendo.
En esto de la toma de decisiones, aunque bastante experimentado, no soy ningún experto. Soy de esos a los que les cuesta decidir si cortarse el pelo o no y no necesitan escribir un libro de filosofía de la vida por ello (como tantas otras personas -es respetable-). Las decisiones que he ido tomando en mi vida, después de darle una pensada, han sido consecuencia de la circunstancia del momento (lo normal).
Esa "circunstancia", tan mía, privada, tan única como particular que sólo me atañe a mí y a mi interpretación en un contexto único, que es de nuevo el mío, tiene mucho que ver últimamente con el trabajo. Mucho más de lo que quisiera. Sobre todo porque siempre intenté ver el trabajo por cuenta ajena (aunque afecte como un factor más al resto de mi vida) como un medio muy secundario para seguir haciendo lo que quiero: vivir la vida.
Pues ese mismo medio o herramienta es la que está precipitando mi actual toma de decisiones. Y como decíamos en el café el otro día Elisa F. y yo, todo se empieza por establecer los límites del campo de juego: el temporal y el geográfico.
Del geográfico poco puedo aportar porque, por suerte o infortunio, me importa más bien poco dónde terminar. Del temporal diré que fue consecuentemente fácil de establecer, más o menos.
El motivo-chispa de todo esto es la confirmación de una sospecha. La conclusión de esta es la siguiente: "No puedo representar a una empresa así". Me descubrí diciendo esta frase en alto, en la lengua de Cervantes, delante de algunos socios del despacho. Son de esas frases que, incluso en otros idiomas desconocidos, no necesitan traducción. Miré uno a uno a los asistentes y salí de la sala. Acababa de sembrar dudas, y eso, en la empresa privada, es malo. No me importó y sigue sin hacerlo.
Este suceso hizo que me precipitara en la toma de decisiones de esas de "venga, vamos a ponernos las pilas, ¿sí o no?" Y todo me salió a SI. Y me hice mi borrador de esquema.
Digamos que estoy ilusionado por la máquina, que vuelve a rodar. Tengo otra vez ese cosquilleo de la incertidumbre sobre las novedades. Y creo que 2012 va a ser un gran año.
Sobre mis próximas semanas decidí hace tiempo que este año no voy a casa por Navidad ni por Año Nuevo. Tengo otros planes. O, mejor dicho, la vida salió de otra forma. Mentiría si dijera que no me da pena, pero también tengo claro que no pasa nada. Y creo que es la decisión acertada. Además, tengo un billete de avión para salir de Egipto.
Como colación quiero comentar la reflexión de Elisa, durante ese café que me supo tan europeo (si no hubiera sido por el Tele-corán habría afirmado estar en cualquier ciudad de centro-europa). Estuvimos hablando (una vez más) sobre lo que queremos hacer, sobre la poca idea de lo que queremos hacer. Ella hizo una comparativa y lo vimos clarísimo. Nuestra "falta de decisión" responde a algo muy claro: nos perdemos en las opciones. Nuestra vida no viene marcada por el ritmo del "universidad-trabajo-pareja-hijos-coche-casa-jubilación-viajes". Es un esquema cojonudo. Ojalá pudiera aceptarlo de una forma sencilla. Pero no puedo. Una pena.
Al mismo tiempo y a modo de ejemplo mis posibilidades varían entre Argentina, Chile, Canadá, Australia, Alemania, Austria, Rusia, India, Tanzania, Mozambique, Kenya, Holanda y España.
Si sabemos que a una persona que está dentro del "esquema" le cuesta decidir si dejar o no el trabajo o tomar decisiones diarias o vitales dentro de un ambiente familiar que seguirá siéndolo... ¿qué nos costará a otros? Pero hay algo más: el no tenerlo claro no es tal. Se trata, más bien, de tenerlo claras demasiadas cosas: trabajar en aspecto comercial, para una ONG política, en un campo de refugiados, como administrativo, como intermediario, como asesor legal, como camarero, montar un negocio.
Si todo inspira y nos llama, el mero hecho de decidir, elimina el resto de las opciones. La dificultad de la decisión no es acertar o no, sino aquella que nos engulla por completo para no pensar en lo que nos estamos perdiendo.
Estoy convencido de que se trata de algún tipo de enfermedad venérea.
Hoy hablaba con una amiga sobre el "qué hago". Es una pregunta que odio. Me la hice durante muchos años y sólo me aportaba una cosa: centrarme en el problema y no en las soluciones.
Decidí establecer un plan aunque no sea perfecto. Estoy convencido de que todos lo tenemos.
A veces me parece estar en situaciones difíciles. No es que todo sea fácil ahora. Menos mal. Si no, no aprendería nada.
Pero tengo clara una cosa: que todo, de un modo u otro, irá bien en el futuro.
Apetito por la vida.